El 12 de octubre de 2011 me calcé por última vez mis quemakilómetros. Avancé apenas unos metros cuando una sensación anormal me forzó a una parada en seco, y con una angustia desmoralizadora me fui a casa. Arrastraba cansacio de sesiones anteriores, y hacía varios meses que no disfrutaba de las buenas sensaciones del running.
Ese mismo día, por la tarde, hice un segundo intento con el mismo resultado. Mi estado físico-anímico no ayudaba a mi esfuerzo en los entrenos. La máquina no respondía, y el médico me dio las respuestas.
Casi siete meses después, entre nervios, recelo y desconfianza salí a borrar la huella negativa que mi mente guardaba de mis últimas carreras.
Ayer fue el gran día. Mi objetivo era correr unos kilómetros para escuchar al cuerpo. Me bastaron unos metros para comprobar que todo volvía a estar en orden. Tirada muy corta de prueba, sin fatiga, ni dolores musculares, mimando las articulaciones sobre tierra en lugar del duro asfalto.
Un balance de principiante, 30'-5 km.
Lo mejor, la responsabilidad me hizo parar cuando el cuerpo me pedía otros 5 km.
Rescatando la composición química de la felicidad en el asfalto.